jueves, 19 de septiembre de 2013

Smoke (Wayne Wang, 1995) y las formas del humo.




Antes de hablar de la película me permitiré una digresión que lleva a que el acto de fumar, como en todas partes, se vuelve la excusa para ejercer el ritual de la conversa o del silencio en compañía, mirando cómo rebolea el humo la mayoría de las veces. Tal vez la crítica de cine en general se parezca el acto de fumar en ese aspecto de comentario, de excusa para compartir las impresiones personales sobre lo visto, antes de ir corriendo sobre las legitimaciones que ofrecen el análisis y la necesidad de hacer teoría de todo. La crítica como digresión es excusa para contar algo de sí, algo propio de ese sujeto lapidario y casi reprochable que es hoy en día el crítico; para dejarlo desnudo sin el ropaje de su palabra incuestionable, quitarle los zapatos de la autoridad y obligarlo a recuperar la capacidad de diálogo, no tiene que repetir otras formas de diálogo, solo se le pide que hable con… que se siente en la mesa donde nos fumamos el cigarro todas las tardes y que sea por una vez alguien tan normal como el que va y ve una película. Bien, hasta aquí el desvío.

El filme es un lugar de la mirada, tanto para la fotografía como para el cine. Es una película de cigarros en la que lo trascendente es el peso del humo del que habla Paul (William Hurt) cuando narra cómo Sir Walter Raleigh demuestra a la reina Isabel I que el tabaco tiene alma. Me refiero, concretamente, a lo intrascendente como tema.

Tanto en las fotos de Auggie como en las escenas de Wayne Wang se observan las variaciones de lo aparentemente intrascendente: la cotidianidad de un pedazo de Brooklin en las 4000 mañanas de la esquina de la calle 3 y Séptima avenida fotografiadas por Auggie (Harvey Keitel). En 1995, Smoke vuelve sobre el gran tema contemporáneo: la mirada fragmentaria de la cotidianidad, de lo común. Fuera de los grandes temas, Auggie toma la misma foto cada día, pero en sus palabras fija la diferencia dentro de lo igual: “es mi esquina... es como cualquier pedazo del mundo. Pero también pasan cosas allí, como en cualquier lado. Es un registro de mi pequeño lugar", y al mismo tiempo especifica cómo deben verse los temas con variaciones: lentamente y con atención para poder ver los detalles, las diferencias, para poder ver que es “a veces la misma gente, a veces diferente. A veces los diferentes se vuelven los mismos y los mismos desaparecen”. A la vez, tanto el guionista como el realizador deben mirar con detenimiento los dramas cotidianos de la gente, una y otra vez, hasta dar con la peculiaridad que subyace en lo que se repite y descubrir que el chico que camina con una mochila sin rumbo en realidad está buscando a su padre, que la mujer con el paraguas negro dejó de cruzar la calle porque ha muerto, que el hombre de la gasolinera padece cada día de su vida los errores del pasado, que la mujer del parche en el ojo necesita empezar de nuevo. La fotografía siembra la duda sobre el rostro de las personas, interroga sobre por qué ese hombre en cada foto tiene esa expresión y nos deja el vértigo de no saber. El cine es un viaje hasta cada causa de esas arrugas en el rostro de un hombre, en la sonrisa tonta y divertida de la chica que fuma en el bar o en la pisada cansada de aquel viejo. En Smoke se prestan espacio para mostrarse en su particularidad el cine y la fotografía.

Del mismo modo, cada foto y cada filme son inventario del paisaje del mundo. Cada film es al menos la manera como un director cree que la gente lleva su vida, a veces es también como éste ha visto que la gente lo hace y es también desde donde empezamos a hacer las cosas de unas determinadas maneras. No es casual que la palabra inventario remita en su etimología a encontrar o hallar. El diálogo cinematográfico cuando ocupa el lugar de la escena, al sustituir las imágenes fílmicas por las imágenes de lo dicho, nos pone frente al terreno del inventario. Así, a través de la narración de Auggie sobre cómo obtuvo su cámara hacemos el hallazgo de su secreto, toda una paradoja, si queremos ponernos morales:  nunca había tomado una foto y jamás había robado nada. Es un vínculo extraño que conduce a una afirmación también extraña, pero no me la voy a guardar: hay una relación entre una cierta forma de la felicidad y el engaño. En el cine participamos gustosamente de ese engaño, al mismo tiempo hay una relación entre el robo de la cámara y lo que luego decide hacer Auggie con ella. El acto de asumir la fotografía como acto de redención.

miércoles, 5 de junio de 2013

Ernst Haas






Al ver las fotografías de Ernst Haas tengo la sensación de que más de una frontera se diluye en el campo de arte. Al parecer, la cercanía entre fotografía y pintura supera la prueba de los materiales a la que la somete Jacques Aumont en El ojo interminable, en su rastreo de las relaciones entre cine y pintura. Si bien la imagen en movimiento no logra alcanzar a la pintura en su cualidad de crear sistemas que organicen las manchas de color o si, por el contrario, la pintura no logra fijar lo fugitivo, lo impalpable, ese “el viento que mueve las hojas” como explica Aumont, aún existe un territorio de coincidencias entre pintura, cine y fotografía: el fotograma. Es en la imagen fija, esa que constituye el torrente de lo que se mueve donde se diluyen las mezquindades respecto a qué expresión responde la imagen fija y a qué terreno pertenece el movimiento. Ernst Haas anuda con el color la diatriba entre cine, pintura y fotografía; generosamente y, también, amorosamente da al movimiento un lugar a partir de la mancha. Esa mancha que en fotografía genera lo que se mueve y que en cine es el barrido que hace transición para generar la sensación de movimiento. Haas muestra la belleza de lo que está fuera de la nitidez, fuera de lo en foco. Su mirar hace pensar que el movimiento es color o que el color hace ver lo que se mueve. Las manchas de Haas colocan la mirada en aquello que pasa inadvertido ante nuestros ojos y en nuestra relación con la movilidad. Del mismo modo que en el caminar acontece un levísimo pero necesario estadio de desequilibrio entre un paso y otro, sus imágenes recuerdan la mediación de lo inestable en lo estable. Así, Haas Posa su mirada sobre la ligazón de las cosas, sobre lo intermediario. Hermosamente nos recuerda la complementariedad de los opuestos   

El barrido o la mancha que simulan lo que se mueve guardan el testimonio de ese otro esfuerzo por guardar lo fugitivo: el paso inexorable del tiempo. Entre las hojas que se mueven hay un viento que las mueve en su transcurrir. Ciertamente el cine lo atrapa gracias a sus logros técnicos, pero la fotografía y la pintura conservan el sueño quimérico de poder sentir su paso implacable en lo fijo. Haas es la expresión de ese oxímoron que es el retrato del fluir del tiempo. El cine tiene la fortuna de hacer realidad este sueño pero es demasiado petulante como para enterarse de ello. Mientras tanto, la fotografía, en el ojo de Ernst Haas, humilde y sencilla, toma del mechón la calva ocasión y nos muestra serenamente ese retrato.












Fotografías de Ernst Haas tomadas del álbum dedicado al autor en la página del Aula de Especialización Fotográfica publicado en Facebook el día mismo día que se publica esta entrada.   



miércoles, 29 de mayo de 2013

Hoy conocí a… Vivian Maier





Hoy vi el rastro de una mujer que acumuló en su morada en New York durante años eso íntimo que hay entre el mundo y la cámara, entre lo que hay afuera y lo que ese afuera despierta adentro, eso que enciende el impulso por levantar la cámara y disparar. De entre los motivos que pueden leerse en las fotografías de Vivian Maier se me antoja y me arrastra el de la mirada de esas personas desconocidas que comparten la acción de interpelar a la mirada que los retrata. De seguro, no estoy diciendo nada nuevo, pero la novedad de una mujer mirando a cámara con la autoridad de su materialidad me sorprende como espectadora, levanta la pregunta sobre quién mira a quién, recordando al Foucault mirado por Las Meninas de Velázquez, me sorprende en la pregunta nada nueva y absurda sobre ¿por qué me mira de esa manera esa mujer que no conozco y que me es tan familiar? Escribir guiones hace que al ver una fotografía despierten en mí demasiadas interrogantes acerca de la vida fuera del cuadro, más allá de los sujetos; también, en guión, o lo que es lo mismo, en cine, cada personaje y cada persona cargan su historia a cuestas, nos la colocan encima; y creo que en el caso de las fotografías de Maier, ocurre lo mismo, gracias a ella podemos ver la vida de cada persona sobre sus hombros; en ese encuentro de las miradas, de la mía, la de los retratados y la de Vivian Maier, tres miradas que se cruzan y se encuentran en la contemplación y en la interpelación de esas personas que me miran y que en otras fotos yo miro, espiando sus vidas. Encuentro algo trágico en estas imágenes, es una catarsis que no me libra de mis cuitas pero me conecta con las de los retratados. Ese encuentro en una calle, hacer una llamada, buscar algo entre las uñas es una especie de pausa, de tránsito entre el lugar de dónde vienen y al que van esos personajes, es una pausa en mi propia vida, no para vivir el eterno presente del arte sino para situarme ante esa tragedia que es llevar el peso de lo cotidiano, cual Sísifo. Maier asumió esa cotidianidad a lo largo de su vida, sembrada en ella cuidó niños que en su vejez se encargaron de su manutención hasta su último respiro, y almacenó día por día el retrato de lo invariable, confinado al negativo como ella al anonimato.






Algunas fotografías de Vivian Maier. Tomadas de la página facebook de Aula de especialización fotográfica e día en que se publicó esta entrada. En esa página se puede saber sobre la vida y el descubrimiento de la obra de esta maravillosa mujer.






domingo, 17 de marzo de 2013

Algo de historia de Estados Unidos: de la esclavitud al trabajo libre


Enmienda 15, o el milenio de Darkey
40 acres de terreno y una mula, de Robert N. Dennis colección de vistas estereoscópicas.
Uno de los períodos más polémicos de la historia de los Estados Unidos, es el que sigue a la guerra de secesión: la reconstrucción (1865-1877). Las polémicas centradas en las convenciones historiográficas, desde las testimoniales hasta las posrevisionistas más actuales, analizan el período haciendo énfasis en el debate sobre el lugar de los afroamericanos en la sociedad para ese momento. Entre los trabajos más novedosos y eruditos sobre este tema, se encuentra los de Eric Foner (1943), quien sostiene que la reconstrucción se trató de una “revolución no terminada” [1] , ya que tras un análisis total, observa la reformulación de la sociedad sureña, haciendo hincapié en la estructura de clases sociales, la organización de sistemas laborales nuevos –dado que los afroamericanos dejan de ser esclavos para ser trabajadores libres–, las ventajas que les ofrecía el partido republicano y el racismo como elemento histórico y principal piedra de tranca para los cambios venideros a lo ancho de los Estados Unidos.

Para el historiador estadounidense, los análisis revisionistas y posrevisionistas han carecido de una visión global para entender la dinámica político-social de los años de la reconstrucción, esforzados en apreciar la “supremacía negra” y el “libertinaje en el gobierno”[2] como aspectos únicos del período. Foner, por su lado, rescata una idea de la Escuela de Dunning, al reconocer que la reconstrucción tuvo implicaciones nacionales y así debe entenderse; de este modo, afirma que la reconstrucción no sólo se produjo en el Sur sino también al Norte de los Estados Unidos, ya que en ambos extremos se promovió una transformación en las relaciones de trabajo y una nueva dinámica entre capital-mano de obra.

Foner analiza los cambios económicos en el Sur expresados en la resistencia de los sureños en abandonar el esclavismo y hacia la búsqueda de la movilidad social de los afroamericanos promovida por los políticos norteños. Para los plantadores blancos sureños, la abolición de la esclavitud se tradujo en la imposibilidad de obligar a los afroamericanos a
trabajar por sí solos, ya que –según aquellos– sólo podían hacerlo bajo coerción y vigilancia[3]. Sabían que una vez dada la libertad a los esclavos sería imposible regresar a los viejos mecanismos de control y de producción, así como sabían que ningún blanco tomaría su lugar[4]. De allí que se inundara la prensa con quejas de los blancos sobre una supuesta cualidad de los negros de desorganizados y reacios a las órdenes y el trabajo. El autor establece un matiz sobre esta apreciación desde dos flancos: las consideraciones sobre el trabajo libre desde las perspectiva norteña y la visibilización de las prácticas sociales y ambiciones de los afroamericanos.

Para los norteños la esclavitud representaba un alto costo de inversión que se traducía en improductividad, para ellos el trabajo libre era la garantía del progreso material; fuertemente influenciados por los principios del liberalismo moderno –inspirado en Adam Smith–[5] en el que el mercado ofrecería los incentivos económicos y la movilidad social que impulsaría a los libertos a entrar en el carril de la producción mediante el establecimiento inicial de la contratación como un convenio transitorio hasta que los ingresos fluyeran por sí mismos y pudieran entonces obtener el tan prometido lote de tierra que les otorgaría completa autonomía económica. Luego, desentraña lo que se oculta tras las acusaciones de los blancos hacía el espíritu de los negros. A partir de una investigación de los “cliométricos” expone un extremo en la interpretación que desmonta inmediatamente: la consideración de que el negro sale de la plantación como un sujeto inclinado hacia la máxima productividad, lo cual, pierde crédito al considerar las condiciones de explotación del esclavismo[6].

Eric Foner
Por otro lado, visibiliza el hecho de que los afroamericanos si estaban alejados del trabajo de la plantación era porque preferían dedicarse al cultivo en pequeña escala[7], tal cómo lo hacían los blancos antes de la guerra de secesión, y que, aún cuando algunos sectores participaban del trabajo en las vías férreas o en las fábricas, la mayoría optaba por formas de producción reducida lo cuál afectaría irremediablemente tanto el esquema sureño de la plantación como las ambiciones del modelo económico-liberal norteño, amenazadas estas por la percepción de que los afroamericanos pudiesen optar por una autosuficiencia que respondiera a intereses propios[8]. De esta amenaza, el autor decanta la fuerte resistencia de los blancos del Sur y de los inversionistas norteños a dar lotes de tierra a los libertos, pues veían cómo la abolición en las Indias Occidentales había acabado con la economía de la plantación. En respuesta los plantadores obligaron a los trabajadores a mantenerse en las plantaciones a través de contratos de obligatoriedad, castigos y sanciones por abandono del trabajo, entre otros.

Por otro lado, el autor, acude a otros hechos de carácter ideológico y político, en una esfera mas regional, que llevan el propósito de todos los sectores implicados lejos de sus esperanzas económicas. El primero de ellos, el creciente empobrecimiento del Sur a causa de la implantación del monocultivo del algodón y las políticas para mantenerlo[9]. La más feroz fue la del arrendamiento que obligaba al cultivo exclusivo de algodón que, si bien llevó a la quiebra de muchos pequeños granjeros, produjo el levantamiento de una organización de clase incipiente en la comunidad blanca a partir del debate sobre las leyes de diferimientos y exenciones sobre la propiedad, que resonaría en la gran reforma agraria, en la década de los 80’.

En segundo lugar, en los primeros años de 1870, la participación de los afroamericanos en el escenario político –tras perder la lucha por la distribución de la tierra según la promesa norteña de “40 acres y una mula”–, como funcionarios (jueces procesales y legisladores) junto a aquellos blancos republicanos que procuraban la protección de los trabajadores agrícolas y de sus votantes por encima de los interés de los propietarios blancos[10]; sin embargo, esto no generaba tanta oposición hacia el partido republicano del Sur y su constitución clasista, como el hecho de que los afroamericanos no pagaran impuestos aún cuando tenían una alta participación en la legislatura. Sin embargo, la línea política de éste partido apuntaba hacia la modernización económica aún cuando se declarase como un partido de los pobres, lo cuál se expresaba en una división en dos tendencias internas del partido: una modernizadora que proponía seguir el camino de la industrialización marcado por el Norte, y otra, redistribucionista que buscaba una mejor distribución de la tierra y mayor asistencia a los blancos y negros pobres[11].

Sin embargo, Foner destaca otro rasgo que limita la presencia política negra y su protección por parte de los republicanos, y arroja un matiz sobre las acusaciones de corrupción y libertinaje hacia los gobiernos radicales: la pérdida de influencia en el gobierno local y estatal de las élites blancas sureñas a causa de la escisión entre tenencia de la tierra y poder político. El autor hace un crítica a la idea de ciudadanía republicana profesada por los políticos demócratas, las Convenciones de Contribuyentes y los norteños radicales, vinculada a la posesión de la propiedad, al calificarla, según el autor, como elitista y contraria a todo tipo de democracia[12]. También, sitúa en este punto las represalias económicas impuestas por los demócratas hacia los votantes afroamericanos del partido republicano, quienes demostraban una gran independencia política al no ceder ante las intimidaciones, lo que degeneró en represalias violentas para debilitar sus derechos políticos[13].


Foner específica que sólo con el advenimiento de la redención fue posible quitar a los negros y blancos pobres su participación en la política, controlar el trabajo, restringir su derecho al voto e imponer “un sistema de segregación racial” progresiva mediante la conjunción de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, así en 1870, las legislaturas promulgaron medidas que protegían a los plantadores, castigaban a los trabajadores, reinstauraban los Códigos Negros 1865-66 y definían al aparcero como un simple empleado
sin derechos ni participación sobre la cosecha.

Apunta, también, como debilidad de los gobiernos de la reconstrucción su dependencia del gobierno federal y de la opinión pública del Norte, cuyos hombres de negocios desde fines de 1860 definieron la política de la reconstrucción como opuesta a los negocios, pues la participación negra fue vista como un elemento que alejaba las inversiones y la crisis de 1873 fue atribuida a la parálisis sureña. Así, explica Forner que los norteños desvían su atención del tema del trabajo libre hacia los interés del capitalismo industrial creciente.

Forner cierra su análisis sobre el fin de la reconstrucción en 1877, ubicándola en medio de dos paradojas: a) norte y sur se enfrentaron al problema de “cómo conservar el orden social ante una numerosa clase de trabajadores desposeídos”[14]; b) la gran huelga ferroviaria, en ese mismo año, pone en el centro de los debates, nuevamente, el tema “de la mano de obra y el capital, el trabajo y los asalariados”, además, derribó el mito de que EUA podía tener capitalismo sin conflictos de clase. Así, al final del período, los sureños debieron aceptar las condiciones del trabajo libre y los norteños debieron comprender la realidades de la tensión capital-trabajo, cosa que los sureños ya habían experimentado.

La importancia del trabajo de Foner, es que centra la discusión a través de los intereses de cada uno de los grupos, blancos y afroamericanos, norteños y sureños, desde la escala regional-nacional. Además pone en manifiesto que el fenómeno de la reconstrucción no fue un proceso homogéneo en la totalidad de los EUA, dado a las singularidades de los debates políticos que se generaron entre norte-sur. Por otra parte, desmiente la tesis de que los afroamericanos se encontraban reacios al trabajo de la plantación, sino que estos en el fondo lo que buscaban era trabajar para sí mismos. Ahora, este trabajo presenta una paradoja: aun cuando Foner hace una fuerte crítica hacía la idea de las élites blancas de que la ciudadanía republicana está ligada a la propiedad de la tierra, deja escapar el hecho de que los afroamericanos justamente participaban de esta concepción al orientar su lucha primordial hacia la obtención de tierras.

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Bibliografía

FONER, Eric, “La reconstrucción y la crisis del trabajo libre” en, Víctor Adolfo Arriaga Weiss, at al., Estados Unidos visto por sus historiadores, México, Instituto Mora/Universidad Autónoma Metropolitana, 1991, t. 1, pp. 208-243.



[1] Eric Foner, Reconstruction. América’s unfinished revolution 1863-1877, Nueva York, Harper & Row. 1988.
[2] Foner, “Reconstrucción” en, Arriaga Weiss, Estados, 1991, t. I, p. 208.
[3] Ibídem, p. 211.
[4] Foner asegura, que “En 1866 observaba un periódico de Georgia, ‘todos deben saber que ningún blanco va a trabajar como negro en una gran propiedad, levantándose al sonido del cuerno y regresando cuando el rocío este denso’. No obstante, el mito de que sí lo harían persistió durante años, y también persistió la renuencia de los inmigrantes blancos a irse al Sur.” Ibídem, pp. 223-224.
[5] Ibídem, p. 216.
[6] Ibídem, pp. 217-218.
[7] Según Foner, “el término ‘indolencia’ no comprendía sólo a los negros que no querían trabajar en absoluto, sino también a los que preferían trabajar para sí mismos. Los mismos negros de las plantaciones emplazados por vagancia dedicaban un tiempo y un esfuerzo considerables a sus propias hortalizas y, como bien se sabe, el deseo universal de los libertos era poseer su propio terreno.” Ibídem, p. 219.
[8] Ibídem, pp. 221-222.
[9] Ibídem, p. 225.
[10] En contraposición a las medidas impuestas por las legislaturas de los estados sureños; según Foner, en los primeros años de la década de 1870, “los legisladores negros presionaron para que se expidieran leyes que garantizaran a los trabajadores agrícolas un primer derecho de retención sobre las cosechas y estas medidas fueron aplicadas por casi todos los estados sureños durarte la reconstrucción. Se revocaron los Códigos Negros, así como la legislación que los demócratas de Carolina del Norte aplicaron en vísperas de la reconstrucción militar, la cual concedía a los terratenientes dos oportunidades de conciliación en las disputas legales con los arrendatarios y les otorgaba el derecho de apropiarse de una parte de la cosecha del arrendatario a la más leve sospecha de que intentaba irse a trabajar a otra parte. Las nuevas leyes de impuestos daban una orientación progresista a la carga de las contribuciones, revocando los elevados impuestos personales y las bajas tasas sobre la propiedad de tierras, política de la reconstrucción presidencial. Y la legislación declaró ilegal despedir a los trabajadores de las plantaciones por razones políticas o antes de pagarles al acabar el año.” Ibídem, p. 225
[11] Ibídem, p. 231.
[12] Ibídem, pp. 236-237.
[13] Ibídem, p. 238.
[14] Ibídem, p. 242.