El espíritu de Franz Woyzeck
(Dir. Werner Herzog, 1979) es asolado por la duda sobre cómo situarse
en el mundo que le ha tocado vivir, pero haciendo lo que un hombre noble debe
hacer: cumplir con su faena laboral, mantener a su familia, respetar a sus
semejantes, hacer bien lo que le toca hacer. Sin embargo, ¿puede permanecer
intacto en su ciudad, en ese lugar que él siente maldito y sobre el que “algo
se cierne”? La imagen de la ciudad que mira permanece inmóvil mientras el
tiempo transcurre y su lago se mece apaciblemente. Su carrera desesperada es
una huida perenne y sin ruta de escape, como de animal enjaulado, que quiere
evadir el silencio de esa ciudad con el ruido de su escapada.
Aquello que la ciudad calla respecto a Woyzeck y que después
hablará es su tragedia, la de un hombre que en esencia no espera defenderse del
mundo, que en su autenticidad quiere vivir según sus sentimientos y a partir de
lo mínimo: lo “que me pide la naturaleza”, lamentablemente, no encaja en ese mundo. Se lo
aclara al médico que experimenta con su resistencia, ese que le paga un centavo
por dejar someterse a sus pruebas, ese que como el resto de la gente busca
saber hasta qué punto resiste su espíritu sin quebrarse. Marie (su esposa), el Tambor mayor, el
Capitán, el Médico juegan a colocar y tumbar la paja del hombro de un hombre
que no participa del juego, golpean a un hombre que está con la guardia baja,
de brazos caídos, atormentado por sus alucinaciones, por el hambre a causa de
una dieta a base de frijoles, sin poder acariciar el cuerpo de su mujer
mientras otros lo hacen, entregado a servir y recibir en pago la humillación.
En palabras del Capitán, en el mundo donde vive Woyzeck “las
buenas personas no tienen valor, un bribón, sí”, para esta gente él es un tonto
sin valor, es el niño del cuento de Marie: solitario, sin padre ni madre que
viaja al cielo en busca de compañía y cuando llega a la luna descubre que es
madera podrida, cuando llega al sol se consigue con un girasol marchito, es el
que ve que las estrellas son mosquitos dorados y que al regresar a la Tierra ve que es una cazuela volcada, se sienta, llora y permanece así hasta hoy; sencillamente no hay nada para él en ninguna parte. Es el tonto sin valor que se
llena de ira al saber qué representa para sus semejantes. Es el tonto sin valor
que cobra venganza y se sustrae de su nobleza primera. Es quien cobra con
sangre por aquello que es traicionado sin merecerlo; la mayoría de las traiciones
son inmerecidas al parecer y toda traición encarna un estado de inocencia que
se violenta, pero encarna también su propio conjuro; así, toda venganza encarna
su castigo. Sin embargo, Woyzeck desaparece de la escena final, no sabemos qué
fue de él, la última vez que lo vimos se hundió en el lago que fluye tan
tranquilamente como al principio de la historia y como el tiempo al que empezó
a pertenecer una vez mató a Marie y sintió la misma necesidad que sienten
todos, tal como sentenció el poeta ebrio en el bar: “La necesidad del hombre de
matar a otros”.
Yeymy Pérez Cardales
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