Enmienda 15, o el milenio de Darkey 40 acres de terreno y una mula, de Robert N. Dennis colección de vistas estereoscópicas. |
Uno de los
períodos más polémicos de la historia de los Estados Unidos, es el que sigue a
la guerra de secesión: la reconstrucción (1865-1877). Las polémicas centradas
en las convenciones historiográficas, desde las testimoniales hasta las
posrevisionistas más actuales, analizan el período haciendo énfasis en el
debate sobre el lugar de los afroamericanos en la sociedad para ese momento.
Entre los trabajos más novedosos y eruditos sobre este tema, se encuentra los
de Eric Foner (1943), quien sostiene que la reconstrucción se trató de una
“revolución no terminada” [1] , ya
que tras un análisis total, observa la reformulación de la sociedad sureña,
haciendo hincapié en la estructura de clases sociales, la organización de
sistemas laborales nuevos –dado que los afroamericanos dejan de ser esclavos
para ser trabajadores libres–, las ventajas que les ofrecía el partido
republicano y el racismo como elemento histórico y principal piedra de tranca
para los cambios venideros a lo ancho de los Estados Unidos.
Para el
historiador estadounidense, los análisis revisionistas y posrevisionistas han
carecido de una visión global para entender la dinámica político-social de los
años de la reconstrucción, esforzados en apreciar la “supremacía negra” y el
“libertinaje en el gobierno”[2] como aspectos únicos del período. Foner, por su lado, rescata una idea de
la Escuela de Dunning, al reconocer que la reconstrucción tuvo implicaciones
nacionales y así debe entenderse; de este modo, afirma que la reconstrucción no
sólo se produjo en el Sur sino también al Norte de los Estados Unidos, ya que
en ambos extremos se promovió una transformación en las relaciones de trabajo y
una nueva dinámica entre capital-mano de obra.
Foner
analiza los cambios económicos en el Sur expresados en la resistencia de los
sureños en abandonar el esclavismo y hacia la búsqueda de la movilidad social
de los afroamericanos promovida por los políticos norteños. Para los plantadores
blancos sureños, la abolición de la esclavitud se tradujo en la imposibilidad
de obligar a los afroamericanos a
trabajar por
sí solos, ya que –según aquellos– sólo podían hacerlo bajo coerción y
vigilancia[3].
Sabían que una vez dada la libertad a los esclavos sería imposible regresar a
los viejos mecanismos de control y de producción, así como sabían que ningún
blanco tomaría su lugar[4].
De allí que se inundara la prensa con quejas de los blancos sobre una supuesta
cualidad de los negros de desorganizados y reacios a las órdenes y el trabajo.
El autor establece un matiz sobre esta apreciación desde dos flancos: las
consideraciones sobre el trabajo libre desde las perspectiva norteña y la
visibilización de las prácticas sociales y ambiciones de los afroamericanos.
Para los
norteños la esclavitud representaba un alto costo de inversión que se traducía
en improductividad, para ellos el trabajo libre era la garantía del progreso
material; fuertemente influenciados por los principios del liberalismo moderno
–inspirado en Adam Smith–[5] en el que el mercado ofrecería los incentivos económicos y la movilidad
social que impulsaría a los libertos a entrar en el carril de la producción
mediante el establecimiento inicial de la contratación como un convenio
transitorio hasta que los ingresos fluyeran por sí mismos y pudieran entonces
obtener el tan prometido lote de tierra que les otorgaría completa autonomía
económica. Luego, desentraña lo que se oculta tras las acusaciones de los
blancos hacía el espíritu de los negros. A partir de una investigación de los
“cliométricos” expone un extremo en la interpretación que desmonta
inmediatamente: la consideración de que el negro sale de la plantación como un
sujeto inclinado hacia la máxima productividad, lo cual, pierde crédito al
considerar las condiciones de explotación del esclavismo[6].
Eric Foner |
Por otro
lado, visibiliza el hecho de que los afroamericanos si estaban alejados del
trabajo de la plantación era porque preferían dedicarse al cultivo en pequeña
escala[7],
tal cómo lo hacían los blancos antes de la guerra de secesión, y que, aún
cuando algunos sectores participaban del trabajo en las vías férreas o en las
fábricas, la mayoría optaba por formas de producción reducida lo cuál afectaría
irremediablemente tanto el esquema sureño de la plantación como las ambiciones
del modelo económico-liberal norteño, amenazadas estas por la percepción de que
los afroamericanos pudiesen optar por una autosuficiencia que respondiera a
intereses propios[8]. De
esta amenaza, el autor decanta la fuerte resistencia de los blancos del Sur y
de los inversionistas norteños a dar lotes de tierra a los libertos, pues veían
cómo la abolición en las Indias Occidentales había acabado con la economía de
la plantación. En respuesta los plantadores obligaron a los trabajadores a
mantenerse en las plantaciones a través de contratos de obligatoriedad,
castigos y sanciones por abandono del trabajo, entre otros.
Por otro
lado, el autor, acude a otros hechos de carácter ideológico y político, en una
esfera mas regional, que llevan el propósito de todos los sectores implicados
lejos de sus esperanzas económicas. El primero de ellos, el creciente
empobrecimiento del Sur a causa de la implantación del monocultivo del algodón
y las políticas para mantenerlo[9].
La más feroz fue la del arrendamiento que obligaba al cultivo exclusivo de
algodón que, si bien llevó a la quiebra de muchos pequeños granjeros, produjo
el levantamiento de una organización de clase incipiente en la comunidad blanca
a partir del debate sobre las leyes de diferimientos y exenciones sobre la
propiedad, que resonaría en la gran reforma agraria, en la década de los 80’.
En segundo
lugar, en los primeros años de 1870, la participación de los afroamericanos en
el escenario político –tras perder la lucha por la distribución de la tierra
según la promesa norteña de “40 acres y una mula”–, como funcionarios (jueces
procesales y legisladores) junto a aquellos blancos republicanos que procuraban
la protección de los trabajadores agrícolas y de sus votantes por encima de los
interés de los propietarios blancos[10];
sin embargo, esto no generaba tanta oposición hacia el partido republicano del
Sur y su constitución clasista, como el hecho de que los afroamericanos no
pagaran impuestos aún cuando tenían una alta participación en la legislatura.
Sin embargo, la línea política de éste partido apuntaba hacia la modernización
económica aún cuando se declarase como un partido de los pobres, lo cuál se
expresaba en una división en dos tendencias internas del partido: una modernizadora
que proponía seguir el camino de la industrialización marcado por el Norte, y
otra, redistribucionista que buscaba una mejor distribución de la tierra y
mayor asistencia a los blancos y negros pobres[11].
Sin embargo,
Foner destaca otro rasgo que limita la presencia política negra y su protección
por parte de los republicanos, y arroja un matiz sobre las acusaciones de
corrupción y libertinaje hacia los gobiernos radicales: la pérdida de
influencia en el gobierno local y estatal de las élites blancas sureñas a causa
de la escisión entre tenencia de la tierra y poder político. El autor hace un
crítica a la idea de ciudadanía republicana profesada por los políticos
demócratas, las Convenciones de Contribuyentes y los norteños radicales,
vinculada a la posesión de la propiedad, al calificarla, según el autor, como
elitista y contraria a todo tipo de democracia[12].
También, sitúa en este punto las represalias económicas impuestas por los
demócratas hacia los votantes afroamericanos del partido republicano, quienes
demostraban una gran independencia política al no ceder ante las
intimidaciones, lo que degeneró en represalias violentas para debilitar sus
derechos políticos[13].
Foner
específica que sólo con el advenimiento de la redención fue posible quitar a
los negros y blancos pobres su participación en la política, controlar el
trabajo, restringir su derecho al voto e imponer “un sistema de segregación
racial” progresiva mediante la conjunción de los poderes ejecutivo, legislativo
y judicial, así en 1870, las legislaturas promulgaron medidas que protegían a
los plantadores, castigaban a los trabajadores, reinstauraban los Códigos
Negros 1865-66 y definían al aparcero como un simple empleado
sin derechos
ni participación sobre la cosecha.
Apunta,
también, como debilidad de los gobiernos de la reconstrucción su dependencia
del gobierno federal y de la opinión pública del Norte, cuyos hombres de
negocios desde fines de 1860 definieron la política de la reconstrucción como
opuesta a los negocios, pues la participación negra fue vista como un elemento
que alejaba las inversiones y la crisis de 1873 fue atribuida a la parálisis
sureña. Así, explica Forner que los norteños desvían su atención del tema del
trabajo libre hacia los interés del capitalismo industrial creciente.
Forner
cierra su análisis sobre el fin de la reconstrucción en 1877, ubicándola en
medio de dos paradojas: a) norte y sur se enfrentaron al problema de “cómo
conservar el orden social ante una numerosa clase de trabajadores desposeídos”[14];
b) la gran huelga ferroviaria, en ese mismo año, pone en el centro de los
debates, nuevamente, el tema “de la mano de obra y el capital, el trabajo y los
asalariados”, además, derribó el mito de que EUA podía tener capitalismo sin
conflictos de clase. Así, al final del período, los sureños debieron aceptar
las condiciones del trabajo libre y los norteños debieron comprender la
realidades de la tensión capital-trabajo, cosa que los sureños ya habían
experimentado.
La
importancia del trabajo de Foner, es que centra la discusión a través de los
intereses de cada uno de los grupos, blancos y afroamericanos, norteños y
sureños, desde la escala regional-nacional. Además pone en manifiesto que el
fenómeno de la reconstrucción no fue un proceso homogéneo en la totalidad de
los EUA, dado a las singularidades de los debates políticos que se generaron
entre norte-sur. Por otra parte, desmiente la tesis de que los afroamericanos
se encontraban reacios al trabajo de la plantación, sino que estos en el fondo
lo que buscaban era trabajar para sí mismos. Ahora, este trabajo presenta una
paradoja: aun cuando Foner hace una fuerte crítica hacía la idea de las élites
blancas de que la ciudadanía republicana está ligada a la propiedad de la
tierra, deja escapar el hecho de que los afroamericanos justamente participaban
de esta concepción al orientar su lucha primordial hacia la obtención de
tierras.
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Bibliografía
FONER, Eric, “La reconstrucción y la crisis del trabajo libre” en, Víctor
Adolfo Arriaga Weiss, at al., Estados Unidos visto por sus historiadores,
México, Instituto Mora/Universidad Autónoma Metropolitana, 1991, t. 1, pp.
208-243.
[1] Eric Foner, Reconstruction. América’s unfinished revolution 1863-1877,
Nueva York, Harper & Row. 1988.
[4] Foner asegura, que “En 1866 observaba un periódico de Georgia, ‘todos deben
saber que ningún blanco va a trabajar como negro en una gran propiedad,
levantándose al sonido del cuerno y regresando cuando el rocío este denso’. No
obstante, el mito de que sí lo harían persistió durante años, y también
persistió la renuencia de los inmigrantes blancos a irse al Sur.” Ibídem, pp.
223-224.
[7] Según Foner, “el término ‘indolencia’ no comprendía sólo a los negros que
no querían trabajar en absoluto, sino también a los que preferían trabajar para
sí mismos. Los mismos negros de las plantaciones emplazados por vagancia
dedicaban un tiempo y un esfuerzo considerables a sus propias hortalizas y,
como bien se sabe, el deseo universal de los libertos era poseer su propio
terreno.” Ibídem, p. 219.
[10] En contraposición a las medidas impuestas por las legislaturas de los
estados sureños; según Foner, en los primeros años de la década de 1870, “los
legisladores negros presionaron para que se expidieran leyes que garantizaran a
los trabajadores agrícolas un primer derecho de retención sobre las cosechas y
estas medidas fueron aplicadas por casi todos los estados sureños durarte la
reconstrucción. Se revocaron los Códigos Negros, así como la legislación que
los demócratas de Carolina del Norte aplicaron en vísperas de la reconstrucción
militar, la cual concedía a los terratenientes dos oportunidades de
conciliación en las disputas legales con los arrendatarios y les otorgaba el
derecho de apropiarse de una parte de la cosecha del arrendatario a la más leve
sospecha de que intentaba irse a trabajar a otra parte. Las nuevas leyes de
impuestos daban una orientación progresista a la carga de las contribuciones,
revocando los elevados impuestos personales y las bajas tasas sobre la
propiedad de tierras, política de la reconstrucción presidencial. Y la
legislación declaró ilegal despedir a los trabajadores de las plantaciones por
razones políticas o antes de pagarles al acabar el año.” Ibídem, p. 225
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